Si me preguntaran qué es lo que más me llena de la vida, sin duda una
de mis respuestas sería: escribir. No es solamente algo que me guste hacer,
sino que me lo pide el cuerpo; lo necesita, como una adicción.
En mi imaginación nacen
personajes que quieren dejar su huella en el papel, mundos desconocidos que
ansían ser explorados por lectores que crean en la magia de la fantasía,
aventuras trepidantes que esperan su público. Los primeros que llamaron mi
atención, que me obligaron a levantarme de la cama una noche a coger un papel
en blanco y un bolígrafo, fueron los sáranis. Una especie de orejas
puntiagudas, nariz chata y magníficas alas. Me dijeron que se dedicaban a hacer
soñar a los humanos y que contemplaban la vida de sus elegidos a través de un
espejo visualizador. Yo les pregunté cómo transmitían las imágenes desde
su mundo al nuestro, pues me parecía que podía ser algo bastante complicado.
Aquí fue donde apareció Kérem, un sárani de trece años que estaba a punto de empezar
el aprendizaje en la isla Sénesie, allí le enseñarían cómo hacer emisiones de
sueños, y le seguí. También quería aprender, conocer ese mundo y a todas las
especies que en él habitaban. Al principio no sabía qué aventuras le esperaban
a Kérem, pero a medida que avanzaba, cogiéndole de la mano, descubrí que de él
se esperaban grandes cosas, así que me dediqué a escribirlas para que todos
supieran quién era, cuáles fueron sus hazañas, quienes fueron sus aliados y
quienes sus enemigos.
Fue la primera una
historia de fantasía, porque es la lectura que más disfruto, por ello, también
es el género con el que más cómoda me siento escribiendo. Son algunas obras
como La historia interminable de Michael Ende, Harry Potter de
J.K Rowling, las que despertaron el gusanillo de la imaginación. Siempre me
había gustado escribir historias, soy una enamorada de los clásicos de Walt
Disney, pero no había surgido esa idea, esa esencia que caracteriza a una buena
historia...pero cuando llegó, no me permití desaprovechar ni un sólo minuto
para plasmarlo al papel. Cuántos años me han acompañado los sáranis, y cuántos
más seguirán conmigo. Yo encantada de escribir sobre ellos, esperando que algún
día otras personas puedan quererles tanto como yo.
Sobre el blog, quería
lanzar mis relatos al mundo de Internet, darme a conocer, explicar cómo avanzo
por este camino de letras. También para recomendar libros que me hayan gustado
y así guiar a lectores que compartan mis gustos.
¡Bienvenidos, amantes
de la literatura!
Empecé a escribir con solo ocho años, y ya entonces comprendí que para mí, la poesía era algo más que un pasatiempo. Obviamente, a esa tierna edad, no era capaz de ponerle un nombre a lo que me pasaba. No era vocación, tal y como la define la RAE: «Inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente al de religión». Eso lo tenía muy claro. Yo no había escuchado voces celestiales ni nada de eso. Es más, la sensación física que me producía un poema no escrito se asemejaba más a un paroxismo por gases que a otra cosa. O lo sacaba o me dolía la tripa. Y el diccionario no decía nada de pedos. Así que acabé haciéndome contable y dejé de lado la literatura durante mucho, mucho tiempo. Tanto, que llegué a olvidar que alguna vez había escrito y aquello había llenado mi vida.
Pero uno no puede aguantarse los gases
indefinidamente, y un día, exploté. Y lo que salió fue una novela que me costó
cuatro años acabar, Donde nunca llueve. Y ahí fue donde me di cuenta de
lo que significaba en realidad escribir. Que el diccionario no se equivocaba
cuando hablaba de llamada. Y que la Literatura tiene algo de religión.
Pero, sobre todo, comprobé la dimensión de la putada que le hacía Dios, o las
Musas o quién fuese, a la pobre persona a la que enviaba su inspiración como un
rayo divino. Tamaño XXXL.
Hace años, en la entrega de unos premios, una
escritora consagrada le dijo al ganador, un novato que había presentado su
opera prima al concurso, algo más o menos así: «¿Ya sabes dónde te metes?». En
aquel momento pensé que bromeaba, que se sentía amenazada por el nuevo talento
que podía quitarle el puesto en el Olimpo literario. «Vaya bruja», pensé. Pero
me equivocaba. ¡Cuánta razón tenía aquella buena mujer! Lo único que estaba
haciendo era avisar al recién llegado para que huyese mientras estaba a tiempo.
Que por lo menos él se salvara.
En estos tiempos en los que la escritura
narrativa se ha convertido en el nuevo punto de cruz, los editores de
fascículos y los propietarios de Escuelas de escritura, deberían poner mensajes
de aviso en las matrículas, como se hace con los paquetes de tabaco. Por cada
satisfacción que te da la Literatura, tienes mil sinsabores. Te obsesiona, te
destruye, te absorbe, nada le resulta suficiente; pero es tan adictiva que difícilmente
puedes desengancharte. El cuerpo siempre te pide más. Como una droga dura. Y
habría que informar a todos los que se inician en una práctica que les puede
traer tantos dolores de cabeza, cuales son las consecuencias reales de sus
actos. Y en qué puede acabar convirtiéndose su vida.
El problema es que a mí nadie me avisó. Y creo
que a estas alturas, con una segunda novela en ciernes, ya es demasiado tarde.
Pero desde este Blog espero poder llevar a cabo una labor de concienciación
ciudadana al respecto, con consejos y muestras de lo pernicioso que puede
llegar a ser el arte de la palabra. ¿Qué?¿Aún sigues ahí?¡Estás loco!…
Ah, ¿Que no?… Bueno, tú mismo… Si con todo lo que he dicho no he
conseguido que cierres inmediatamente internet y huyas del ordenador, es que
quizá es demasiado tarde para ti también. ¡Bienvenido a un Camino de
Letras!
Laura Romea
Si sois de Barcelona sólo deciros, sí, como el teatro.
Si sois de Barcelona sólo deciros, sí, como el teatro.
Fue
allí, en Barcelona – aunque lejos
del Romea – donde pasé mi infancia, aunque he vivido en un pueblo cerca de
Tarragona, París, Dublín y Venecia. Ahora tengo en mente mudarme a Turín o
volver a instalarme en París, a ver cuando puedo llevarlo a buen puerto.
Soy
licenciada en Filología Clásica, una
carrera que hice por vocación; estudio un máster de E/LE
porque creo que es una buena manera para canalizar mis ansias de viajar, y
trabajo en el sector editorial para estar bien cerca de los libros, mi otra
gran pasión.
Pese
a que todo esto me ocupa la mayor parte del día (sigo pidiéndole a algún dios
que me regale cada noche tres o cuatro horitas más), saco tiempo de debajo de
las piedras para intentar desentrañar qué
es esto de escribir una novela y llevo un blog en el que escribo
las impresiones de mis lecturas.
Como
buena licenciada en clásicas me digo que escribir es tanto φὐσις como τἐχνη, tanto ars
como natura, y por ello quiero compartir con vosotros los consejos, trucos,
experiencias y curiosidades sobre este arte que encuentre en mi camino.
Por
cierto, me gusta el siglo XVIII, el té japonés y los narcisos en tiesto.
Puedes
seguirme en @lauraromea
Pinté el recibidor de mi casa y una pared de la sala de
estar de un arrebatador rosa oscuro. Colgué varios dibujos de un artista con el
que me une una tesis doctoral. Tengo una tele de hace quince años que no
funciona más que de objeto decorativo y complemento del DVD. Todo el mundo me
dice que la cambie, pero ¿para qué? Hace su función y punto. En cambio exhibo
con orgullo tres librerías donde se amontonan libros en dos filas; de
literatura y de arte. De letras sí me nutro (me preocupa seriamente dónde ubicaré
la próxima librería). La música suena casi siempre en mi casa; también cuando
escribo, aunque depende; a veces prefiero escuchar el silencio, sobre todo
cuando leo. Soy una apasionada de los clásicos, un poco snob, para qué negarlo.
Pero por suerte tengo unos amigos estupendos que me dan un sopapo cuando me
paso de la ralla.
Cuando no
escribo, también escribo: sobre arte. Estudio, investigo y documento mis
trabajos. Es a lo que me dedico profesionalmente y me encanta. Pero tengo bien
presente que hace muchos años, cuando era una niña ingenua, escribí cuentos con
sus ilustraciones bien pintaditas a rotulador, y de adolescente envié poemas
desgarradores de amor y canté a la luna las desgracias de la juventud. Yo
quería ser los escritores que leía. Vivir como ellos, escribir como ellos. Una
página en blanco y un lápiz siempre han sido un campo infinito de posibilidades
para manifestar emociones.
Sea lo que
sea, literatura, arte, la vida, me muevo por emociones. ¿Idealista? No, hace
mucho tiempo que abrí los ojos. Es, digámoslo así, una emoción y una pasión
guerrera y un poco anarco también que me hacer ir a contracorriente.
Esa emoción
fue la que nos llevó un día a Mel, Silvia, Noel y yo misma a plantearnos
seriamente la vida como escritores en nuestro día a día, a apoyarnos, a leernos
y a no darnos por vencidos por muy dura que sea la vida, que eso ya lo sabemos
por más que lo digan nuestros padres, nuestras parejas, los periódicos y lo
sepamos nosotros mismos porque lo sufrimos en nuestras carnes cada día. Por eso
mi recibidor es de color rosa y soy escritora.
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