DESCUBRIENDO Un camino de letras: Relato: MUCHACHICA (parte III), por Noel Rodriguez

domingo, 25 de noviembre de 2012

Relato: MUCHACHICA (parte III), por Noel Rodriguez

Creo que ya era pasado el mediodía cuando por fin recuperé la conciencia, merced a cierto intenso dolor en los bajos que no me dejaba dormir. Una de las hermanas seguía echada a mi lado. La otra no. Se había marchado.
El recuerdo de las advertencias del Maikel volvió. Ahora empezaba a comprender. ¿Me sería posible mantener una relación duradera con una chica que sabe que me he follado a su hermana con la misma intensidad con que me la follo a ella? ¿Cuánto tiempo se podría mantener una relación a dos bandas antes de que empezaran los celos?
Imaginé un futuro lejano con una relación más normalizada, sentándome a la mesa por Navidad, junto al resto de la familia y ver a Estela a nuestro lado, con sus gafitas y su cara de intelectual, simulando que nunca había ocurrido nada entre nosotros. Bueno, pues yo no sé ella, pero para mí sería una situación muy violenta. ¿Y si se echaba novio? ¿Con que cara miraría yo al pobre infeliz de quien he catado la parienta?
Ni siquiera se me pasó por la cabeza que el ménage à trois fuera a ser algo que pudiese sostenerse mucho tiempo. Tal vez una noche o dos más, a lo sumo, pero no me hacía fantasías acerca de lo que pudiera durar a medio o largo plazo. Lo pensé incluso por mi bien: ¿cuánto tiempo hubiera podido mantener el tipo frente a dos tiarronas de semejante calibre sexual? Me sería fácil hacerme el fantasma, claro. Pero no. Los tíos hemos de hacer el fantasma solo ante los demás. Cuando nos enfrentamos a la cruda realidad, hay que ser objetivos: dos noches más como aquella y acabaría en la UVI.

La Muchachica cualquiera que esta fuese estaba despierta, como yo. Me miraba con media cara hundida en la almohada. Tal vez hubiera cierta nota de vergüenza en su expresión. Pero era una nota dulce.

—Vaya nochecita, ¿eh? —aventuré, no muy seguro de cuál de las dos era mi interlocutora.
—Sí dijo. A través de la almohada, su voz sonó amortiguada.
—Nos lo pasamos bien, ¿no?

Ella asintió con un parpadeo que decía «¡inolvidable! ¡vaya polvazo!».

—EhmBueno, antes de continuarSolo quiero asegurarme¿Con quién estoy hablando? pregunté. Eso me serviría para dos cosas: salir de dudas acerca de cuál de las dos hermanas tenía delante y, en caso de que fuera la mía, me permitiría saber su nombre de una vez por todas.
—Soy Estela me dijo.
—Ah dije yo—. Oh repetí enseguida.

No esperaba aquello. La lógica dictaba que fuera mi Muchachica la que se quedase conmigo toda la noche. No sospeché que fuera a dejarme a merced de su hermana. De hecho, Estela había conseguido engañarme: a la luz de la mañana y con aquella expresión de corderito degollado, se parecía tanto a mi Muchachica que había logrado confundirme. Ni rastro de la frialdad de la noche anterior, en que sí me había parecido una persona completamente distinta.

—Yo… —empecé a decir. Pero mis palabras no eran para ella, sino para su hermana, y perdieron sentido antes incluso de ser pronunciadas. Me sentí estúpido. No era aquella la chica con la que yo había quedado la tarde anterior. Necesitaba hablar con ella, y no con otra. Me levanté de la cama, y a toda velocidad, me puse la ropa.

—Mira, lo de anoche… fantástico y tal. Y no te lo tomes a mal, de verdad, pero tengo que hablar de unas cuantas cosas y tú no me sirves. Por ahora no. Voy a ver si encuentro a tu hermana para aclararnos, y después, ya veremos.
—Oye, pero si yose resistió ella, algo estupefacta. Pero no acertó a levantarse. Y antes de que lo consiguiera, yo ya estaba vestido y cerrando tras de mí la puerta de la habitación.

Salí del pasillo, y llegué al salón redondo. Y allí encontré a mi Muchachica. Pero en cuanto la vi, me quedé de piedra. Se había puesto una indumentaria similar a la que había lucido su hermana antes del gran polvo: vestimenta parecida, las mismas gafitas de intelectual y la misma mirada distante. El embrujo de la noche anterior se esfumó por completo. Si no me encontraba de nuevo ante Estela, me encontraba ante una buena copia. Aquellos ojos fríos me hicieron sentir total y completamente rechazado.

—Pero bueno, ¿se puede saber a que jugáis vosotras dos? ¿A hermana buena, hermana mala? supongo que mi reproche sonó algo más ácido de lo que en principio pretendía, pues la Muchachica de inmediato cambió la cara.
—¿A qué te refieres? —respondió ella, como si no supiera de qué le estaba hablando. Aquella manera de fingir, consiguió enervarme todavía más.
—Me refiero a que me gustaría ser algo más que el pasatiempo de dos hermanas perversas, ¿vale? Me gustas, ¿sabes? Ale, ya lo he dicho: me gustas mucho. Y me gustaría no ser tratado con desprecio, ni que me hicierais bailar la cabeza. Ni tú, ni tu hermana, ¿estamos?
—Estamos. ¿Y cómo se supone que no debo hacerte bailar la cabeza?
—¡Pues no estaría de mas que me dijeras tu nombre verdadero, para comenzar!
—Yo me llamo Estela dijo. Y se quedó tan ancha.

La otra chica, la que había dejado en la habitación, nos alcanzó entonces.

—Mira, perfecto. Ya estamos todos dije yo, que comenzaba a exasperarme—. Así pues, si esta es Estela, entonces ¿tú quién eres? pregunté a la recién llegada, creyendo nuevamente que se trataba de mi Muchachica. Pero ella contestó, sin titubeo alguno:
—Estela.

Os juro que parecía sincera. Y la otra también parecía sincera. Ni una duda, ni un intento de aclarar las cosas por parte de ninguna de las dos. Aquello, o bien era verdad y ambas compartían el mismo nombre, cosa que no podía ser, o era una estratagema ensayada. En todo caso, yo ya tuve suficiente.

—De acuerdo. Muy bien. Tenéis un problema de identidad muy serio. Ya volveré cuando lo hayáis resuelto. Y os diré otra cosa: si en realidad teníais ganas de libraros de mi, no os hacía falta tanta tontería, ¿sabéis? ¡Bastaba con decirlo y os hubiera dejado en paz! solté mientras me dirigía a la salida. Me parece que la que era mi Muchachica intentó detenerme, pero estando como estaba, semienvuelta en sábanas, no era precisamente ágil. La otra, la de la taza de café, no hizo ni el más mínimo gesto para impedir que me fuera. Ya desde la puerta, añadí: Ale, chatas, ¡au revoire!


Con un portazo zanjé la cuestión. Y me alejé, no sin tristeza, de los dos polvazos de mi vida.

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