TÍTULO ORIGINAL: CHLOROPHILIA
AUTOR: ANDREI RUBANOV
TRADUCTOR:
EDITORIAL: MINOTAURO
ISBN: 978-84-450-0002-1
PÁGINAS: 351
PRECIO: 19€
Cuando te encuentras ante un libro totalmente desconocido son pocos los elementos que te pueden ayudar a tomar la decisión de adquirirlo o no. Uno de ellos, quizá el más importante, es la sinopsis de la contraportada. Las editoriales, conocedoras de este hecho, amplifican las virtudes y omiten cuidadosamente los defectos de las obras que publican. Clorofilia es un gran ejemplo de esta estratagema.
En
la sinopsis, te informan de los dos potentes ganchos que ofrece esta
obra de ciencia-ficción (o mejor dicho: socio-ficción).
Por un lado, la acción transcurre en Moscú, en un
futuro donde la mayor parte de Rusia ha sido alquilada a la China y
los rusos viven de renta gracias a ello. El otro gancho es la
aparición de una misteriosa hierba que se eleva fácilmente
hasta los 300 metros, ensombreciendo la ciudad y obligándola a
adaptarse construyendo megaedificios que se eleven por encima de las
hojas de este misterioso mar vegetal.
Por
sí solas, ambas tramas poseen sobrada entidad como para justificar la
construcción de una novela a su alrededor. Incluso dan para
escribir una historia sobresaliente.
Pues
no. Desde el primer momento uno se hace consciente de que la
habilidad del autor para manejar esos dos buenos ingredientes se
queda corta.
La
historia se explica a través de los ojos de un periodista que
ya vive en esta realidad. Para él, ni las plantas ni la
extraña situación de arrendamiento de un país entero,
significan algo extraordinario. A través de sus ojos vemos una
situación normalizada, tediosa. La vida del protagonista no se
ve afectada por el entorno y su papel en el desarrollo de la historia
es totalmente pasivo. En ningún momento sus acciones
contribuyen a mejorar o desmejorar su vida. El protagonista asiste al
relato casi como un convidado de piedra.
El
resto de personajes no
están bien
dibujados. Todos están presentados de una forma tan superficial que
al lector no le parecen importantes. La sensación general es que
todos ellos son en realidad un solo personaje vacío, plano y
carente de alma. Eso sí: con varios nombres.
A
mi parecer, solo hay un personaje secundario que se escapa de la
quema. Uno solo. El
viejo Mijail Pushkov-Riltsev
es el único que despierta cierta simpatía. Y sin
embargo, su papel se circunscribe más o menos hasta la mitad
del libro y después desaparece. Una pena.
La
trama periodística que en un inicio intenta sostener el
interés, en ningún momento lo consigue. Comienza de
forma bastante anodina y después no mejora.
El
misterio que pueden inspirar las plantas gigantes, es desaprovechado
absolutamente. Y en cuanto al otro gran gancho, la relación
del país con sus arrendatarios chinos, tampoco recibe una
atención adecuada. La obra da bandazos. Uno acaba convencido
de que el autor empezó teniendo una idea de cómo tenía
que ser la historia, y poco a poco fue cambiando de parecer. A juzgar
por cómo están hechas las tres partes del libro, que apenas se
relacionan entre sí, podría ser el caso. Y por si esto no
fuese bastante, el autor no es honesto. Plantea las reglas del juego
narrativo y nos dice: “esto es así”. Y después,
de golpe, se arrepiente y cambia las reglas a su entero capricho,
dejando al lector confuso y decepcionado. El libro se acaba haciendo
denso, espeso. Una lectura que tenía que haber sido un
divertimento acaba siendo una lucha heroica por llegar a la página
siguiente, esperanzado todavía de que allí te aguarde
la agradable sorpresa que llevas esperando desde el principio. Bueno,
pues voy a ser cruel y a destripar el suspense: no va a ocurrir.
Sin
embargo, a diferencia de la estructura superficial, que es débil,
se le nota una intención, una lectura en profundidad bastante
más trabajada. Se nota que el autor tiene cosas que decir y,
bien o mal, las dice.
A
través de su obra el autor se queja de algo que ve en los
rusos en general y en los moscovitas en particular: la ambición
de algún día dejar de trabajar, la vida regalada como
aspiración máxima y única, la cultura del
esfuerzo cero. Con mayor o menor fortuna, Clorofilia recrea una
utopía donde esto es posible y entonces nos plantea una metáfora:
cuando se alcanza la vida regalada, el no-esfuerzo y ya no queda nada
por ambicionar, los seres humanos se transforman en plantas, sin más
objetivo que continuar vivas, respirar, nutrirse y seguir creciendo.
La
metáfora es complicada de entender, sobre todo desde el punto
de vista de quien cree que está leyendo ficción y no
busca segundas lecturas. Y como es difícil de entender, el autor
comete, a mi entender, otro gran error: la explica. De esta manera se
le da la puntilla al libro como representante del género. El
autor deja claro que no le interesaba una obra de ciencia-ficción.
Clarísimo lo deja cuando, en lugar de buscar una explicación
satisfactoria para la trama más fantástica de la
historia, no lo hace. Simplemente la mata. O mejor dicho: la deja
morir de aburrimiento. Y es una pena. Porque, si el autor no se
sentía cómodo en el género, ¿no debería
haber escrito otra cosa? La sensación de que ha escrito algo
que no le acaba de gustar, pesa un montón a lo largo de la
lectura.
En
resumen, los ingredientes estaban, y adecuadamente combinados,
podrían haber dado lugar a una historia cuando menos
interesante. Pero faltaba eso: un poco más de curro y de
respeto por el género. La fantasía en general y la
ciencia-ficción en particular no tienen que ser vehículo
exclusivo para el divertimento y el ocio. Con ellos se pueden tratar
muchos temas en profundidad. Si el autor hubiese tenido esto en
cuenta, tal vez podríamos haber llegado a aproximarnos a
Clorofilia con otros ojos.
Y
un último apunte algo inquietante: se diría que al
autor le da pereza salir al exterior. Circunscribe la historia
claustrofóbicamente en torno a Moscú, olvidándose
del resto de Rusia. No digamos ya el resto del mundo. Las escasas
apreciaciones que hace acerca de otros países y sus habitantes,
despiertan hilaridad. Pero la diversión desaparece cuando a
uno le da por pensar que tal vez sea la voz del autor lo que está
oyendo, y entonces se alarma porque sus alegatos nos describen a
alguien enormemente simplista, lleno de prejuicios y con una gran
necesidad de salir de su pequeño agujero. Y la pregunta es
inmediata ¿cuántos de sus compatriotas, público
objetivo de la novela en primera instancia, pensarán igual que
él?
Por la baja calidad general, los personajes planos y la incapacidad para despertar interés la nota es necesariamente baja. Se la sube la originalidad de la idea y la lectura profunda de la misma. De todas maneras, continúo considerando que su nota final es de dos búhos: mala.
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